Circulan estos días por las redes sociales no pocas fotografías de las obras de instalación del carril bici a lo largo de la avenida Miguel Induráin, a costa de uno de los tres carriles de tráfico actuales.
Son fotos hechas a conciencia, en hora punta, y con los otros dos carriles llenos, y presuntamente atascados. A las fotos les acompaña una retahíla de comentarios de ciudadanos indignados porque probablemente ahora tarden un minuto más en recorrer su trayecto en coche, en unas avenidas donde, además, difícilmente se respeta el límite de 50 km por hora.
Por más que miro las fotos, se ve que la presbicia me afecta, yo no veo los dos carriles atascados, (cosa que también puedo ver en cualquier parte de la ciudad) sino un estupendo carril vacío. Una oportunidad para dejar el coche en casa y coger la bici, una plataforma para permitir desplazamientos sostenibles, sanos y no contaminantes.
Se podrá decir que el ayuntamiento va implementando medidas en favor de la bicicleta y la movilidad sostenible, de una manera poco coordinada, cierto; o con improvisaciones y falta de información, cierto también.
Pero poco más.
Porque nuestro espacio público es limitado y finito. Por lo tanto, si queremos que cada vez más ciudadanos utilicen la bici como transporte habitual (no hablamos de ocio en bicicleta) debemos poner a disposición parte de ese espacio, y por supuesto, debe ser a costa de los vehículos que, en definitiva, son los que deben reducir su presencia en las ciudades.
Solo así conseguiremos ver la vía medio vacía, donde otros la ven medio llena.