Terminadas las fiestas de primavera, hay una imagen que ha quedado en la retina de todos: la del paseo del malecón convertido en aparcamiento.

Una imagen que dejará revuelo, indignación, unos cuantos tuits, y probablemente poco más.

En una región en la que nada se hace para estimular la Movilidad Urbana Sostenible; en la que los autobuses son esos objetos extraños que raras veces circulan por nuestras calles; en la que no existen apenas los trenes de cercanías, el metro es un instrumento que sirve para medir las colas de los atascos, y los tranvías ni siquiera se llaman deseo… en una región como esta, la imagen del malecón llena de coches, no es otra cosa que la imagen de la lógica de las cosas.

Hay grandes ciudades que organizan sus ferias y grandes eventos con dispositivos de movilidad que incluyen: campañas de concienciación semanas antes, aparcamientos disuasorios a kilómetros de distancia, conectados con autobuses suficientes y eficaces, refuerzos de los transportes públicos, líneas especiales, precios reducidos, incremento de bicicletas de alquiler y un sinfín de recursos para que los ciudadanos no deban utilizar su coche. Una vez ofrecidas todas esas alternativas, quien usa coche en fiestas es porque quiere, y si infringe la ley, se le sanciona o retira el vehículo de los lugares indebidos.

Pero aquí no, aquí año tras año asistimos a la ceremonia de la incapacidad, la imprevisión y la permisividad.

Lamentablemente, la foto del malecón, es como la de personas rebuscando en la basura: remueve conciencias unos días, saca a la luz un problema cotidiano mucho mayor, y en una ciudad sin proyecto, se olvidará a las pocas semanas.