…si queremos que las personas tengan una vida digna, también debemos garantizar que el momento de su pérdida goce de dignidad

En los años 90 Ramón Sampedro nos conmocionó a todos con su muerte grabada en directo, como testimonio de las enormes dificultades que la legislación le impuso, durante décadas, para su intento de acabar con el sufrimiento insoportable en que se había convertido su vida. También conocimos las dificultades penales que sufrió quien le ayudó a terminar con su vida de una manera digna.

Un país avanzado, libre y democrático como España, debía y debe contar con mecanismos legales que impidan el sufrimiento insoportable, con cuidados paliativos regulados y al alcance de todos. Pero cuando esto no sea posible médicamente, debe garantizar que quien no quiera seguir sufriendo de manera indefinida, pueda poner fin a su vida, libremente y con todas las garantías legales y médicas.

España ya cuenta con una ley que regula la eutanasia. Una ley tan garantista, tan cuidada en los detalles que ha conseguido, a pesar de la carga ideológica, moral y personal del asunto en cuestión, poner de acuerdo a fuerzas del arco parlamentario muy dispares. Desde Podemos hasta Ciudadanos, pasando por el democristiano PNV, hasta sumar 198 votos a favor, con la única oposición de dos partidos entre las dieciséis fuerzas políticas con representación.

La norma es garantista, pues obliga al paciente a ratificar en cuatro ocasiones, y bajo supervisión médica, su voluntad de morir; asimismo permite la objeción de conciencia de los sanitarios y, lo más importante, no quita ningún derecho, solo reconoce la imposibilidad de que nadie obligue a otra persona a prolongar su vida con sufrimiento insoportable.

Desde la transición, la mayoría de los avances sociales que nos han convertido en una sociedad más digna y más decente, siempre han venido con gobiernos del PSOE (la más reciente la ley de matrimonios homosexuales) y siempre acompañados de la oposición del Partido Popular, sus recursos de inconstitucionalidad y, siempre años después, su normalización, aunque siempre tarde.

Por eso, ahora más que nunca, si queremos que las personas tengan una vida digna, también debemos garantizar que el momento de su pérdida goce de dignidad.