De siempre me gustó esa definición de “amigo” como aquella persona de la que, a pesar de conocer todos sus defectos, sigues considerándolo amigo.
Esto funciona muy bien en la vida privada, donde un amigo te puede fallar puntualmente, te puede decepcionar en algún comportamiento, y no pasan dos días cuando ya se te ha olvidado o lo has perdonado.
Pero en la política estas relaciones no funcionan tan bien. Porque en la política nuestros actos tienen consecuencias, están sujetos al escrutinio público y crean opinión.
Así, sucede que cuando determinadas personas, por amistad y cercanía, confluyen en determinados gobiernos, puede llegar el momento en que uno de los dos traicione, decepcione, o simplemente perjudique al otro, o lo que es peor, perjudique a los intereses generales.
Y ahí es cuando un gobernante debe decidir.
Decidir consiste, en la mayoría de ocasiones, en descartar opciones hasta quedarse con una opción, y las demás ya no son posibles.
En esta semana tenemos tres gobiernos, local, autonómico y nacional, pendientes de decisiones en las que entra en juego la amistad, y deberán decidir entre la amistad o el interés general, porque, igual que en Titanic, no hay sitio para los dos en la tabla.
No hay sitio para Ballesta y Roque Ortiz, por lo que el alcalde deberá soltar lastre o hundirse con él; no hay sitio para los independentistas y Puigdemont, por lo que deberán decidir si soltar a Puigdemont o perder la Generalitat; y tampoco lo hay para los Presupuestos Generales del Estado y Pilar Barreiro, por lo que uno de los dos corre riesgo de ahogarse.
Así que, esta semana, señores gobernantes: decidan, elijan y descarten.