Hoy es uno de esos días quebrados.
De esos días en que te levantas dispuesto a comerte el mundo, y en dos segundos, la radio, esta eterna compañera, te hiela el corazón y te quiebra el día.
De mañana bien temprano se repitió la liturgia. La cadena de explosiones en Bruselas, que da paso a la vertiginosa confusión, sobreabundancia de informaciones, ciertas, falsas y mezcladas.
Las preguntas son siempre las mismas: ¿qué sentido tiene todo esto? ¿por qué aquí? ¿por qué ahora? … y la más absurda e imposible de contestar de todas: ¿para qué?
Básicamente, para nada. Para segar la vida de gente inocente a lo largo de todo el planeta, para encoger el corazón de los ciudadanos de bien durante unos días, y tristemente en unas semanas, todo habrá vuelto a la normalidad, sin que aparentemente nuestros líderes, nuestros gobiernos y nuestras instituciones, sepan cómo poner fin a todo esto.
Son ya demasiadas décadas sufriendo los ataques del terrorismo islámico, que ha ido evolucionando desde Al-Quaeda al DAESH, mientras en la vieja Europa nos miramos el ombligo de la crisis del bienestar, la crisis de los ricos. Ignorando la brecha de pobreza que divide cada vez más los mundos que habitan en este mundo. Ignorando que el terrorismo se combate desde el origen, actuando contra su base social, religiosa y organizativa.
Probablemente no lo ignoremos, pero no seamos capaces de tomar la decisión de combatirlo. Porque siempre será más fácil comprar más arcos de seguridad y tratar de poner puertas al campo, mientras los ciudadanos de a pie, lloramos a nuestros muertos.
Descansen en paz.