Hace poco leí una entrevista a la cantante Mariza. Según ella, la mayor diferencia entre el barrio lisboeta en el que ella se crio, y el mismo barrio hoy día, es que ahora no hay niños en las calles.
Es cierto. Cada día cuesta más ver niños en las calles. Niños solos, jugando, andando, o simplemente pasando el rato. Niños sin adultos que los acompañen o sin profesores que los lleven de un sitio a otro.
Recuerdo mi infancia, con 8 años yo vivía en un extremo de Murcia. Volvíamos andando desde el cole, casi en el centro, sin adultos, en grupos de 10 o 12 chavales, y poco a poco nos íbamos dejando en cada portal, hasta llegar a casa: hacer los deberes, y bajarse a la calle a jugar. A la calle, sí, sin más. No hacía falta un parque con suelo de caucho, protecciones en los columpios, recintos cercados con puertas, ni padres vigilando.
Tres son las razones por las que ahora no hay niños solos en la calle: muchos niños prefieren interactuar con su consola que compartir con otros niños; los padres se han vuelto sobreprotectores, y no dejan a sus niños solos; y el espacio urbano, infestado de coches, marquesinas, terrazas y otros elementos, va apartando a los niños.
Afortunadamente los sábados voy a mi casa en el pueblo y me encuentro a los niños solos, sin padres, jugando en la calle. Y siento que al pasar con mi coche, una vez que se apartan, soy yo el que invade su espacio, y no ellos los que invaden la calzada.