No pasa un trimestre sin que nos enteremos del próximo cierre de un comercio “de los de toda la vida” en el centro de nuestra ciudad.

Cerrará ahora el bar-pastelería Zaher, conocido por los murcianos por Barba. Antes le sucedieron la pastelería Viena, y los tradicionales Horno de Guillén y Horno de la Fuensanta, que perdió su esencia al ser adquirido por nuevos socios.

Pero no solo cierran las pastelerías. También cerró el Bazar Murciano de nuestros sueños infantiles, y los ultramarinos de Casa Pedreño, y los tejidos la Saldadora, o las cafeterías y bares de nuestra juventud.

Uno a uno van cediendo ante el imparable ritmo de la globalización urbana, que convierte a nuestras ciudades en escaparates uniformes.

Últimamente da lo mismo viajar a Londres, que a Praga, a Cáceres o a Zamora. Inevitablemente nos encontraremos en su calle mayor o en su pasaje comercial, las tiendas tradicionales desaparecidas, sustituidas por estupendas franquicias de escaparates minimalistas y atención despersonalizada, y que venden el mismo café insulso con un “cupcake” prefabricado, o las mismas tartas de fondant con los últimos personajes de Disney.

En algunas ciudades este comercio “histórico” que da personalidad a sus centros urbanos y a sus gentes, recibe atención y mimos por parte de sus ayuntamientos, que los premian, los ayudan  y los potencian, porque en definitiva, cuidar lo nuestro es cuidar nuestra seña de identidad y ser diferentes al resto.

Por si acaso, y por si no puedo volver a probar estos pasteles de carne, bien diferentes a los demás,  esta semana me daré un paseo por la barra de Barba.