La espiral de silencio es un concepto acuñado en la ciencia política a finales de los 70, y se refiere al proceso en el cual la sociedad va aislando a los individuos que expresan posiciones contrarias a las asumidas como mayoritarias.

Esto lo sabían bien los independentistas catalanes cuando hace más de 7 años empezaron a generar un clima en el que nadie podía discutir que Cataluña no fuese independentista, y si lo hacía, quedaba marginado.

Así fue creciendo la llamada “mayoría silenciosa” que, pese a ser superior en número a la opinión más ruidosa, no tuvo visibilidad en ningún momento de todo este proceso.

Por el contrario, en el resto de España es mayoritaria la posición para confrontar al independentismo, según la cual solo cabe la vía judicial, penal y penitenciaria del Estado. Una opinión también muy ruidosa, que termina por generar una segunda espiral de silencio.

Así, si un ciudadano piensa que podrían aplicarse soluciones políticas al problema de convivencia en Cataluña, se le hace callar y desaparecer, quedando bloqueada su opinión por las dos espirales de silencio imperantes, y sumido por lo tanto en un doble silencio.

En eso estábamos hasta que apareció ayer Josep Borrell, demostrando que se puede salir de ese doble silencio impuesto por las dos opiniones más visibles; que se puede rechazar a los gobernantes que proponen la independencia, pero optar por restituir la convivencia de los ciudadanos de Cataluña, que se puede pedir justicia, sin pedir venganza… en definitiva, que se puede pensar en los valores y en los ciudadanos, antes que en los votos.