En plena semana del 8M conviene recordar que este no es un año cualquiera para la conmemoración del “Día de la Mujer”.
Este año es especial porque venimos del éxito de la movilización del 8M del año pasado, en el que quedó demostrado que el problema de la desigualdad efectiva entre hombres y mujeres en esta sociedad, no es un asunto que ni las mujeres, ni una gran mayoría de hombres, estuviéramos dispuestos a dejar pasar más tiempo.
El 8M del 2018 supuso la toma de conciencia de que el futuro será un futuro de hombres y mujeres iguales, o no habrá futuro. Y de que aquellos hombres que no estén dispuestos a entender que esto no va de enfrentamiento, sino de derechos, de igualdad de oportunidades y de convivencia, tienen muy poco futuro en esta sociedad.
La sociedad despertó, y dijo alto y claro: basta ya. Y dijo también: ni una más. Y gritó muy alto: os queremos vivas, vivas.
Pero las leyes de la física nunca fallan, toda acción ha tenido su reacción. Ahora, un año después, la ultraderecha que vivió del privilegio y el poder dominante sobre la mujer, enfurecida y rabiosa, sale a la calle a pedir retroceso en los derechos, retirada de recursos para la lucha contra la violencia de género y una vuelta al statu quo de dominación y control sobre la vida y los cuerpos de las mujeres.
Por eso, este 8M no es uno más. Este año, además de volver a decir que el futuro es de todos y todas, iguales y vivas, tenemos que decir que la intolerancia, el machismo rancio y la dominación no tienen cabida en esta sociedad.