Llegó el verano. Y llegó fuerte, como suele llegar por estos lares. Y con él, como cada año, vuelven a aparecer. Alguien las ve por casualidad, da el aviso a emergencias, se ponen los medios, se localizan, se moviliza todo el mundo, y finalmente se acaba con ellas.
En esta semana ya van tres las que se han visto, algunas en las cercanías de Molina de Segura.
Y no. No son las serpientes de verano.
Son las llamas de los incendios que año a año nos visitan, y que como cada año, nos apresuraremos a apagar con el máximo esfuerzo, la mejor propaganda política sobre el despliegue de medios de extinción, la más espectacular cobertura mediática (porque los incendios, como las fallas y las hogueras de san juan, son muy televisivos), y el mayor dramatismo social si se alcanzan poblaciones o hay víctimas personales.
Y como cada verano, llegará septiembre, y las guardaremos en la caja del invierno, como si fueran serpientes que pueden esconderse en un terrario. Y nunca más se supo.
Todo el que se dedica a la prevención lo sabe, los incendios se apagan en invierno: con prevención, formación y educación ciudadana, con mantenimiento forestal adecuado, con eliminación de residuos secos y leñosos, con limpieza de vertederos, ramblas, laderas, escombros…
Este año nuestros montes están devastados, ya lo dijimos hace unos meses. La procesionaria y después el barrenillo, ha envejecido nuestras sierras, convirtiendo sus verdes cabellos en un manto canoso y gris, al cual solo le faltarían ya las llamas.
Esperemos que eso no pase, y si pasa, no pille a nuestros gobernantes, como Nerón, tocando la lira.