Cuenta Marcos Ros, del departamento de Arquitectura de la Facultad de la UPCT y profesor de Urbanística, que «la arquitectura está dando un giro. Los problemas ambientales y la necesidad de apostar por un desarrollo sostenible nos lleva a educar en valores sobre el territorio, el patrimonio, el paisaje y el medio ambiente; a que la disciplina no esté al servicio de la especulación urbanística ni de la promoción inmobiliaria», explica.
De hecho, destaca, «cada día son más los alumnos que acuden a Fernando García y a mí -profesores de Urbanística I y II y autores del estudio ‘Cinco palmos 1929-2015’ sobre la Huerta de Murcia- para que les dirijamos sus proyectos de fin de carrera. Se percibe un compromiso social de muchos de los proyectos, que buscan reconvertir lugares de la Región en espacios mejores y que no son contraproducentes con otros sectores económicos, como el del turismo cultural y de naturaleza, tan importantes para la economía regional y para cambiar el actual modelo», apunta Ros, y cita, entre algunos de los últimos proyectos presentados y que han dirigido Fernando García y él, el de El Menjú y el del Corredor Verde de la Senda de Granada, de Monteagudo a La Ñora.
«Ejercicios muy reales sobre un planteamiento teórico» que despiertan el interés de los responsables municipales. Es el caso de los dos citados que, comenta Ros, han llevado a los ayuntamientos de Cieza y Murcia a ponerse en contacto con los autores para conocerlos de cerca. Y se congratula de que esté produciéndose un cambio de sensibilidad: «Hace 10 años nadie hablaba de la huerta; era el lugar donde hacerse un chalé y punto. Y tengo claro que, en los próximos años, la huerta será un tema de debate importante, a lo que están contribuyendo los estudios que se realizan y las pequeñas experiencias que sirven de prueba y para concienciar», opina Ros.
Precisamente en esta línea se enmarca otro de los proyectos de fin de carrera realizado por Francisco José Galián. «He querido devolver la Fábrica de la Pólvora a la población, integrada en el paisaje y en el entorno», explica el recién licenciado sobre su planteamiento territorial de reordenación de más de 116 hectáreas, cuyo núcleo central de actuación es la Fábrica de la Pólvora de Javalí Viejo (más de 28 hectáreas) y que está comprometido con el uso tradicional de la huerta y la reordenación urbanística de todo este territorio.
Vecino de Alcantarilla, a sus 26 años Galián estaba preocupado por la Fábrica de la Pólvora, «un elemento desestructurador del entorno y en una situación estratégica con respecto a las pedanías -lo rodean Javalí Nuevo y Viejo, Guadalupe, La Raya, La Ñora, Puebla de Soto, Rincón de Beniscornia, Rincón de Seca y la localidad de Alcantarilla-», cuenta. Y recuerda que esta instalación, cuya relación con las poblaciones aledañas se remonta a 1633, ha estado rodeada de luces y sombras, ya que ha sido fuente de empleo en las últimas décadas para los habitantes de la zona, pero también ha contaminado y amenazado sus vidas -la última explosión con víctimas mortales se produjo en 2006-.
«La pretensión oculta es crear un nuevo modelo de intervención arquitectónica y urbana; recuperar edificios que no tienen ningún uso o tienen usos incompatibles con el entorno para recobrar modelos anteriores de ciudad», resume la filosofía que impulsa su trabajo. Y, reflexiona, «aunque es una propuesta utópica, que requiere una inversión monumental, a la larga sería sostenible y viable».
En este proyecto, Kiko propone conservar los edificios anteriores a 1920 y algunos de los anteriores a 1945, eliminando las naves de nueva fábrica para reconvertirlas en terreno cultivable para su futuro centro de producción agroecológica, «que debería tener una DO para promover la venta de esos productos de huerta». Igualmente, los edificios históricos, hoy «con un grado de protección 2 y tipologías industriales históricas», serían la sede de un museo, que contaría la historia de la antigua Fábrica de Pólvora y permitiría ver en funcionamiento los molinos del siglo XVII que todavía permanecen en estas instalaciones, «incluso en funcionamiento con la maquinaria restaurada y consolidada», apunta.
Ligado a la producción, Galián propone crear un centro de investigación agroalimentaria que favorezca la innovación en el sector, en el campo del procesamiento de productos, «pero un procesamiento mínimo que permita mantener las cualidades del producto y hacerlo competitivo». Por último, el Centro de Innovación Agrosocial dispondría de una zona de uso socio-cultural, con edificios destinados a la comunidad: para exposiciones, mercado de productos locales, ‘coworking’, albergues, restaurantes,… Instalaciones, al fin de al cabo, que generaran tejido económico y social, y oportunidades para la población, rodeadas de espacios públicos que respetan la vegetación, recuperan la antigua red de caminos y generan nuevas zonas de ocio, estancia, descanso y práctica de deporte.
Como toque personal, Kiko Galián crearía una torre-mirador que alojaría un laboratorio experimental de cultivo hidropónico, «metáfora de la desaparición del suelo fértil», que en su última planta permitiría observar el entorno recuperado, senda en la que ya caminan Ayuntamiento, UMU, UPCT y CHS en la misma zona.