Hace un par de años nos desayunamos con la noticia de que la multinacional juguetera Hasbro lanzaba la edición murciana de su juego más clásico, el Monopoly, dedicado a las transacciones inmobiliarias y la especulación como divertimento.
En la hemeroteca podemos comprobar lo especialmente significativa que fue la asistencia a dicha presentación de nuestro Alcalde de Murcia, Miguel Ángel Cámara, en pleno mes de diciembre de 2007, es decir, en el momento justo de iniciarse la mayor crisis del mercado financiero e inmobiliario mundial, español y de la Región de Murcia.
Y significativa fue, porque el alcalde no sólo ostenta la máxima representación de los murcianos, sino que además era el Presidente de la Gerencia de Urbanismo de Murcia, que sorprendentemente acaba de desmantelar. Lo que no sabemos es si asistió al evento en calidad solamente de Alcalde, o para demostrar sus amplios conocimientos del juego en cuestión.
La realidad es muy tozuda, y se impone a las casualidades, puesto que en esa fecha se acababan de suscribir los dos últimos convenios de la Zona Norte del municipio de Murcia, en lo que supuso la culminación del modelo del urbanismo a la carta, llevado a la máxima expresión por el equipo de gobierno del consistorio murciano.
Lo explicaré en términos sencillos, huyendo de lenguaje técnico. Cual si fuera un tablero de Monopoly, el Plan General de Murcia, aprobado en 2001 en solitario por el PP, permite en determinadas zonas como la norte, que los propietarios de suelo se lancen a una subasta de ofertas, compensaciones, contrapartidas y demás aspectos urbanísticos, a cambio de que el ayuntamiento les multiplique por cinco veces la capacidad de edificar en dichos terrenos.
Y todo ello sin que los términos de esa negociación sean conocidos hasta que el borrador del acuerdo, el famoso “convenio urbanístico”, aparece ya redactado para su aprobación en el Pleno Municipal.
Es decir, que lo que debería ser una planificación ordenada y razonable del territorio, en función de las necesidades demográficas, sociales y urbanísticas de la ciudad, queda anulada por la negociación a la carta, y la planificación a golpe de convenio.
Todo ello nos convierte en una ciudad sin modelo de crecimiento, con grandes desigualdades por zonas, con gravísimas carencias de infraestructuras en las zonas de convenio (no insistiré en que se tarda más en llegar Nueva Condomina en un día de fútbol que ir hasta Cartagena), y con una densidad de edificios desmesurada, que veremos crecer en las próximas décadas. Esperen a ver toda la zona norte plagada de edificios de 12 a 15 plantas, con unas 25.000 viviendas.
Y a cambio de todo eso, nuestra ciudad quedará hipotecada de por vida, porque las infraestructuras y los edificios no se pueden mover como las casas y hoteles de plástico del Monopoly.
Y en contrapartida ¿qué obtenemos los murcianos?: las migajas de los beneficios multimillonarios que obtienen los propietarios que suscriben los convenios. Unas migajas que apenas nos darán para cubrir los gastos de las incontables carencias de las nuevas zonas: cientos de policías de regulación los fines de semana, la instalación posterior de un tranvía, el gasto en duplicar puentes a posteriori, las miles de horas perdidas en atascos, etc.
Es decir, que en la mayoría de estos convenios, podrían haber primado los intereses de los propietarios de suelo, por encima de los intereses generales de los murcianos, a quienes se supone que debe representarnos el Alcalde, que estampó su firma en todos y cada uno de los convenios.
Así que ya tenemos la partida perfecta configurada: el Plan General de Murcia como tablero de juego; la zona norte como casillas más cotizadas; edificios de hormigón en sustitución de casas y hoteles de plástico; billetes de 500 en lugar de dinero Monopoly; y unos jugadores a los que todo el mundo conoce. ¿Y la banca?: seguramente quedó en bancarrota.
Lo malo de esta partida, es que algunos jugadores, no tuvieron en cuenta al empezar a jugar, que hay una casilla que impide jugar durante tres turnos seguidos. Cada cual que tire sus dados.