Se nos acaba el verano, la estación de la luz intensa y de los colores fuertes.

Gris. Es el color predominante de la política española durante todo el año, que se ha hecho más patente en verano. Ni azules, ni rojos, ni morados, ni naranjas. Ninguno se ha dado cuenta de que la sociedad ha cambiado, y por lo tanto la política debe cambiar. Acuerdos, diálogos, y pactos deben entrar en los diccionarios de estos partidos, con logotipos tan coloridos, pero con actuaciones demasiado grises.

Verde. Era el color con el que barnizó la entonces concejala Martínez Cachá, a las insostenibles políticas municipales de Miguel Ángel Cámara. Y el presidente Sánchez la fichó para pintar sus políticas, igual de insostenibles, también de verde. Pero llegó el verano, y se le puso verde lo único que debió quedar transparente, el Mar Menor. El habla española recoge “ponerse verde” para las situaciones en que uno pasa vergüenza… pero ni siquiera la hemos visto a ella ponerse verde. Basta con echar culpas al mensajero, dejar pasar el verano y constituir una comisión. Lamentable.

Negro. El color del vacío de quienes nos han dejado este verano con el inexorable avance del tiempo. Con ellos se nos van trozos de infancia y juventud. Se nos fue el jovencito Fronkonstin con Gene Wilder, los golpes a dos manos de Bud Spencer, el talento de Gary Marshal para dirigir Pretty Woman, o las canciones de Juan Gabriel.

Azul y amarillo. Los colores de la Cadena SER, que este curso vuelve a confiarme la responsabilidad de darles mi opinión semanal. Gracias y feliz curso que empieza.